Thursday, April 30, 2009

April in Paris (bueno, casi)

He aquí mi pequeño problema: no sé posponer. Soy como una niña chiquita y malcriada, cuando quiero algo, lo quiero ya, tengo poca paciencia y no hay nada peor que hacerme esperar. Para hacer el cuento corto (ya me extenderé sobre este tema con Vincent, que seguro tendrá muchos ajás para dedicarme) empezaré diciendo que mis primos -y de paso, compañeros de piso- se fueron hoy a Sevilla, y me picó la serpiente verde de la envidia. Por otro lado Marc, mi compañero de aventuras en la agencia, voló ayer a Zurich y se pasó la mañana enviándome fotos apacibles de campos verdes. Mal. Muy mal. Mucho menos hubiese bastado.

Después de dos horas de investigación frenética en Internet -dale un buscador a un obsesivo y dominará el mundo- me di cuenta de que era demasiado tarde para ir a Sevilla. Cuestiones de dinero, siempre es así. Pero no me iba a quedar con esa, claro que no. Evaluando mis opciones, pensando en un fin de mes negro y pordioseril, decidí lanzarme por el tobogán. Me voy a París mañana a las 6 de la mañana. Esta vez seguro que no habrá rillettes de chez Fauchon, ni macarrons de Pierre Hermé, ni langosta, pero B y yo seremos felices y comeremos kebabs. Ad infinitum. Estaré colgando sobre un abismo económico todo el resto del mes, pero cuando no tenga ni para pan y mortadela pensaré en la casa de Monet en Giverny, que conoceré mañana después de muchos intentos fallidos -espero- y que estará en plena floración, situación perfecta para que B y yo nos saquemos miles de fotos en plan diva-romantique.

Por ahí por el 15 de mayo, cuando mi tarjeta de crédito pase de rojo a violeta, me acordaré de los chicos guapos que sirven en el As del Falafel, y se acabarán mis penas. O me pondré el pañuelo vintage que habré sacado de una pila en los fripes del Marais y saldré a pasear. Pobre, pero feliz.

París siempre es un buen plan. ¿Quién lo duda?

Wednesday, April 22, 2009

Itinerarios/ Itineraries

(Por razones técnicas, este post se editará en inglés y en castellano)

El domingo estaba en una casa de té escribiendo el post sobre Vincent, conectadísima, feliz porque finalmente estaba concentrada y enfocada, porque después de mucho tiempo estaba logrando escribir un texto corrido, con un hilo conductor, teniendo claro el principio y el final, y no mis pobres notas tristes y escuetísimas de los dos últimos años. De pronto alguien se acercó a mi mesa, me dejó un paquete, sonrió y se fue. Yo sólo atiné a decir gracias, sin entender qué había en el sobre de papel, sin saber qué estaba pasando. Entre incredulidad y sorpresa, descubrí que era una bolsa de té con una nota detrás:
What is life good for if you sometimes don't look for adventures...
Un nombre. Un número de teléfono. Un perfecto extraño entre los miles y miles de viajantes que desembarcan todos los días en este espejo cóncavo que se llama Barcelona.
Así que te doy las gracias, por haberme recordado así, un domingo cualquiera, que lo mejor de este viaje pasa cuando nos salimos del itinerario.
Desde aquí, tomando una taza de Darjeeling.

Itineraries

Last Sunday, I was at a tea house writing the post about Vincent, hyper-connected, happy because I was finally concentrated and focused, because after a long time, I was finally writing a full text with a conducting thread, a clear beginning and end, and not the series of sad and poor notes of the last two years. Suddenly, somebody came to my table, left a package, smiled at me and left. I only managed to say thank you, without fully understanding what there was in the envelope, without really knowing what was happening. A little skeptical and really surprised, I discovered it was a bag with tea and a note in the back saying: What is life good for if you sometimes don't look for adventures...

A name. A phone number. A perfect stranger among the thousand travelers that land in this concave mirror called Barcelona.
So, I would like to thank you for having reminded me in this extraordinary way, on this very ordinary Sunday that the best part of this journey occurs when we step outside our itineraries.

From here, with a cup of Darjeeling tea.

Monday, April 20, 2009

Sobre Vincent

Es salir corriendo del trabajo, sintiéndome culpable. Es cambiar del metro al tren en Diagonal, subir la cuesta de Sant Gervasi de Cassoles corriendo aunque no vaya tarde, tocar el ático cuarta, saludar imperceptiblemente al portero que no me oye, vacilar frente al botón del sobreático en el ascensor, tocar el timbre, esperar el click misterioso de la puerta que se abre mecánicamente, movida por un mando a distancia, es sentarme en un sillón de cuero, respirar el orden, es coger el libro que dejé estratégicamente colocado en la biblioteca la semana anterior, la angustia si no lo encuentro donde debería estar, me huele a complot y sabotajes, primero fue Finnegans Wake, de puro pretenciosa, pero es terrible leer dos páginas de esa locura y luego pasar al otro lado, para esperar a la semana siguiente. El momento llegará, claro que llegará, pero ahora es coger Gros Câlin de Romain Gary alias Emile Ajar -o al revés- y pensar que el amor no es una serpiente, que debe haber otra cosa más allá de esa boa constrictor que aprieta y aprieta y aprieta, y apuntarlo en el cuaderno, y con ese pensamiento esperar que -quizá, ojalá- aparezca el chico guapo de los martes que ya no es tan chico, hace tiempo que no lo veo, pero cómo coordinar esa mecánica de timbres y puertas cuyo único gobierno es que sólo se abren cuando a él le da la gana, pero mira que vas a venir a ligar al analista. Por lo menos se está tratando, justifico inmediatamente, y si a ver vamos, tú también. Es entrar al lavabo, reverso de la limpieza implacable de la sala de espera, lleno de escaleras de metal y trastos y productos de limpieza, pensar en el Malkovich - Malkovich, buscar inútilmente el interruptor de la luz en el lugar equivocado, moverlo y saber que no va a pasar nada, tantear en la oscuridad de su back-yard, del sitio al que va a parar todo lo que no tiene lugar en el otro lado, en el lado del botón implacable y preciso. Es interrumpirme al ver la puerta cerrarse y escuchar la incógnita de los pasos del otro, del anterior, de esa vida secreta que discurre antes y después de mí. Es volver a colocar el libro en el lugar señalado y recordable, esperando que la próxima semana siga allí, que no haya sido perturbado. Es coger los dos kilos de pertrechos, dar la mano torpemente, Hola Doc, Hola Vincent, es el mismo tic invariable de pasarme la mano por la cara y tenderme en ese diván reciente, dar vueltas y vueltas sobre los anillos que voy echando en el tronco de la memoria, pensar, podar ramas y quitar hojas, es escuchar a Vincent que teclea ¿Escribe sobre mí?¿Responde mails? ¿Hace la compra del super por Internet? Es sumergirme en ese silencio que da miedo miedo, en ese no lugar suspendido quién sabe dónde, tan lejano a la bulla de los sueños, es esperar el de la partida y los ajá, ajá que dictaminan que por ahí es, es -finalmente- escuchar la silla que se corre y la tela que se rasga y, a veces, un eso es, prueba superada, y me lamento porque es tanto y tampoco, es incorporarme así de mala gana, coger otra vez los peroles, siempre torpemente, siempre nerviosa, siempre en evidencia, es buscar enredada la plata y darme cuenta de que Vincent está cada vez más simpático, más conversador, sonreír para adentro por eso, pero bien para adentro porque no quiero que se de cuenta. Es pagar, dar la mano y hasta el martes, es traspasar la puerta y sentir una revelación pequeñita o grande, una revelación que me he hecho yo, es ir al mercado, a comer castañas o bajar caminando a Gracia, eso es lo de menos, porque Vincent no es Vincent, es el ritmo, es el rito, es la tienda, la casa, el sitio que tiene en esta geografía mía, la forma de mariposa cuadrada redonda concéntrica que dibuja este recorrido en quién sabe qué atlas. Es un taxi que tomo para llegar más rápido a otro punto. Vincent es el nombre de una ciudad que sólo existe los martes y los viernes, a una hora determinada, si tomo el tren correcto. Es una puerta, un ascensor, un piso encerado, es volver desandando el camino con los ojos bien abiertos, y también dar rodeos cuando hay algo que no quiero decir. Es pensar de repente que esa ciudad dejará de existir algún día. Es saber que un día cualquiera, y sin ningún motivo, voy a tomar otro tren.

Monday, April 13, 2009

Cuando no muere, mata


Reproduzco aquí, sin permiso de nadie, una crónica que escribí a punta de replies con el incombustible Marc Caellas, a propósito de una noche en la que los infiernos se abrieron y vomitaron tanto amor que poco faltó para que nos matara a todos a lo Hiroshima-Nagasaki. Fue también gracias a la insistencia de Marc que volví a escribir después de meses de parón, así que nada mejor que esta historia de amor y muerte para coronar de espinas el nacimiento de este aparato. Salud!

Sobre el grupo:
VdeAmor ...... un concierto
Voz: Agnés Mateus Bajo: Gonzalo López.Batería: Ferdy Esparza. Guitarra, voz: Juan Navarro.
Nuestra idea es muy sencilla, solo nos permitimos versiones de canciones de amor, que durante algún momento del ensayo dejan de serlo y se transforman en un ruido que nos atraviesa el pensamiento, quizás un poco torpe por las birras que nos bebemos y por nuestra incapacidad para entender la idea del amor. Tenemos una misión. y si venís con un corazón al descubierto..... mejor.

Una anti-crónica a 4 manos

La primera vez que escuché del KGB tenía apenas 9 años. Un grupo de señores, no más de 20, caminaban por la calle Pi i Margall gritando "fora fora el KGB"... Aún no había caído el muro de Berlín.La penúltima vez que entré en el KGB iba muy colocado. Una mitshubishi creo, las míticas sí, cuando la química era inteligente de verdad. Una rubia que luego se hizo Mossa de Quadra. Unos amigos muy alterados. Humo, mucho humo...
El KGB aparecía ahora como escenario épico para ese jueves de amor y venganza que sería la segunda presentación en vivo de una banda que vivirá en nuestras memorias para siempre. Porque el amor, si es amor de verdad, no se puede olvidar. Al menos eso cantaba Pimpinela. Poco podrían imaginar Lucía y Joaquín Galán que su archiconocida Olvídame y pega la vuelta se levantaría de su tumba de karaokes y secretarias borrachas para resucitar elevada a la altura de los clásicos, después de ser sacudida y vapuleada a lo Linda Blair por una cantante espasmódica que parecía iniciada en los secretos del yopo. Lo siento Marc, no has tenido suerte.
Los aullidos de la selva dieron paso a una acelereda versión de Stand by me. La conexión con la desquiciada cantante era tan poderosa que uno debía luchar contra su cuerpo para salir de la zona-imán y correr hacia la barra a por otra cerveza. Jessi, curtida en mil batallas por los antros caraqueños, se deslizaba juguetona entre los atónitos seguidores de V de amor. Al regresar de nuevo a la segunda fila, entre los más incondicionales, una mirada reprobatoria nos introducía de nuevo en el éxtasis. Regáñanos Agnés de Dios, nos lo merecemos. Dejemos que el amor se apodere de cada célula, y también cédula, de nuestra piel. Te amo, te amo, te amo, ¡todos juntos!, te amo, te amo, te amo...
En los novísimos fanáticos de V crecía imparable un sentimiento que se hacía cada vez más insoportable cada vez que Agnes se agarraba una teta para enfatizar el Bésame ¡Bésame mucho joder, pero mucho! A paso cortito de sus tacones de patente rojo se lanzaba a un abismo del que ya nadie podría salvarla, se convertía en un Jean Baptiste Grenouille de lo auditivo a quien todos hubiésemos querido tocar, arañar, comernos a mordiscos. Es que no hay nada más hermoso que morir de amor, eso tampoco es nada nuevo.
Y mientras unos se relamían con las píldoras edulcoradas vertidas desde el escenario, otros, ¿despechados? ¿melancólicos? o simplemente ¿catalanes? bebían acodados en la barra diciéndose unos atros: las vanguardias son así... De repente, una novia o algo saltó al escenario para que el batería le cantara una canción al oído y dos actores (aunque actores somos todos unos hacemos más comedia que otros) saltaron encima la cantante para agarrarle el culo, las tetas, lo que hiciera falta. Así son las vanguardias, efectivamente.
Pero el invierno llega, aunque no quieras. Se sucedió un improvisado encore precipitado por la turba enardecida que coreaba ¡Hijos de puta! con lágrimas en los ojos. Agnes, en sujetador negro, el guitarrista, tan setentero él, acunados de tú a tú en un ampli mientras nosotros, idiotas, babeantes, sentados en el piso como prepúberes de campamento gringo, no podíamos pestañear ante tanta belleza. And the game is over, y el amor acaba. Se rifó hasta una romántica escapada a Mallorca. Yo me quedé con ganas de llevarme unas gafas rojas de corazones estrellados muy lolita que le dieron al ganador, pero sólo me cayó en la cabeza una Men's Health que, quién sabe por qué, había estado en el escenario. Nos volvimos a la barra cabizbajos y con el corazón estrujado. Las cervezas ya no sabían igual, y los Cardhu tampoco. Es una historia tan vieja que ya se conoce el final: Se nos rompió el condón -perdón, el amor- de tanto usarlo.

Bodoutchian&Caellas

Sunday, April 12, 2009

Menos drama y más cumbia.


Hace dos semanas cumplí 28 años, y no es que la fecha en sí tenga ninguna implicación simbólica, ni que el 28 tenga nada de cabalístico, sino que no me gustan mis cumpleaños. Desde un lejano trauma infantil en el que unas igualmente lejanas amiguitas colegiales no fueron a la piscina a celebrar conmigo mi cumple, quedé odiando -casi- para siempre tanto a la piscina, como a las amiguitas en cuestión, como a la fecha de mi aniversario. Años después se añadió cierta rutina oscura y competitiva de padres divorciados que me obligaban implacablemente, año tras año, a comer dos tortas, a brindar dos veces, a decir que sí, que el suyo había sido el mejor cumpleaños hasta la fecha. Pero en fin, el caso es que este cumpleaños trajo consigo algo de reflexivo. Tal vez es que me estoy poniendo vieja, no lo sé, pero al acostumbrado balance de año nuevo, esa balanza tan facha que año tras año me dice qué es lo que he superado y cuáles serán mis motivos de neurosis para el año siguiente, trajo algo como una urgencia: la urgencia de escribir. Y no sé si es biológico o astrológico, pero por primera vez en mucho tiempo no sólo tenía muchas ganas de decir algo, sino que además tenía muy claro qué era lo que quería decir. Así que, azuzada por un par de amigos que me empujan con una fe sinceramente conmovedora, sorprendente en el caso de un escritor sin obra, decidí reabrir, por tercera vez, este blog. Decidí dejar de teatralizar el acto de escribir, que me paraliza irremediablemente, desacralizarlo, convertirlo en algo cotidiano o corriente, y darme cuenta además de que en lo cotidiano también puede estar lo trascendente. O no. En síntesis, dejar tanta pretensión de clásicos y vanguardias, decir lo que me da la gana, porque total este yo, este que escribe, me es completamente desconocido. Yo no soy yo, soy éste, y por ahí va la cosa. Así que iré poco a poco, sin culpas, tragando poco a poco esa sopa de estrellitas que es lo que se ve por ahora de la realidad. Si tú escribes, yo te sigo, me dijo Leo, y había que estar a la altura. Menos drama y más cumbia, volando a velocidad de crucero. Con foto de Diane Arbus.