Wednesday, June 03, 2009

El arte de desaparecer




Quisiera pensar que es casual, no tiendo a creer en la fatalidad ni en el destino, pero me sorprende que de alguna forma mi retraso en terminar y enviar un texto que tenía pendiente sobre Antoine de Saint-Exupery, desaparecido en el mar en 1944, haya coincidido con la desaparición en pleno vuelo del misterioso avión de Air France, que se desintegró sin ruido en algún punto de la costa de Senegal. Lo que terminó de ponerme los pelos de punta fue la crónica de la misa que hicieron en París en recuerdo de las víctimas:

"El recuerdo a los desaparecidos, en una celebración interconfesional, comenzó con un mensaje del papa Benedicto XVI, quien expresó sus condolencias por lo sucedido y antes de que el cardenal de París, André Vingt-Trois, evocara al escritor y aviador Antoine de Saint-Éxupery, desaparecido también cuando volaba sobre el mar". El País, 3/06/2009

Cuelgo el texto, que también se publicó en 2021.

El arte de de desaparecer: Antoine de Saint-Exúpery

A León Werth
Pido perdón a los niños por haber dedicado este libro a una persona mayor. Tengo una seria excusa: esta persona mayor es el mejor amigo que tengo en el mundo. Pero tengo otra excusa: esta persona mayor es capaz de comprenderlo todo, incluso los libros para niños. Tengo una tercera excusa todavía: esta persona mayor vive en Francia, donde pasa hambre y frío. Tiene, por consiguiente, una gran necesidad de ser consolada. Si no fueran suficientes todas esas razones, quiero entonces dedicar este libro al niño que fue hace tiempo esta persona mayor. Todas las personas mayores antes han sido niños. (Pero pocas de ellas lo recuerdan).

Corrijo, por consiguiente, mi dedicatoria:
A LEÓN WERTH, cuando era niño
Antoine de Saint-Exúpery. Dedicatoria de El Principito.

¿Quién era León Werth? Curioso que me lo haya preguntado muchas veces cuando era pequeña y nunca lo haya averiguado, quizá sea que inconscientemente estaba esperando la era del imperio Google para enterarme de que Werth, escritor surrealista, ese misterioso señor que “vive en Francia, donde pasa hambre y frío” fue en vida el mejor amigo que tuvo Antoine de Saint-Exúpery. A él le escribió la dedicatoria de ese libro ubicuo, compañero de la infancia y justificación última de los niños frente al desamparo y el cinismo de los adultos: El Principito.

Hagamos un ejercicio de memoria, porque todos hemos sido niños, pero no siempre lo recordamos. Pensemos por un momento en el dibujo de la boa abierta y la boa cerrada. ¿Cómo lo veríamos ahora? ¿Seríamos, como adultos que somos, incapaces de imaginar al elefante que se ha tragado la serpiente?. Tal vez seamos esa rosa que pide que la cubran de peligros reales e imaginarios con un biombo de cristal. ¿Luchamos también contra baobabs que carcomen el corazón blando de una pequeña nube de roca? ¿O habremos sentido la vergüenza del borracho que bebe para olvidar que es un bebedor?

Saint-Exúpery, ese soldado desconocido, sin lápida ni tumba, cortó los lazos que lo unían a la tierra en medio de un vuelo de reconocimiento en plena Segunda Guerra Mundial. Salió de Córcega el 31 de julio de 1944 y se perdió para siempre de los radares. Herido por un rayo, muriendo quizá la dulce muerte de El Principito sobre las dunas, en el paisaje más triste y más hermoso del mundo. Borrado para el mundo y para León Werth, ese hombre que sabía entender los libros para niños, quien nunca se repuso de haber perdido a su mejor amigo, el eterno aviador. “La paz, sin Tonio, no es enteramente la paz”, parece que dijo cuando la guerra terminó.

Este amigo disidente al que Saint-Exupéry dedicó varias obras, también desapareció de los mapas y de la memoria, a pesar de haber escrito varios libros. Ese fantasma que vive en la dedicatoria que me fascinó en mi infancia -un poco por envidiarle el honor- murió en 1955. Nadie dice cómo ni por qué. Quizá murió de pena. Lo cierto es que en 1998, un pescador encontró en las costas de Marsella una pulsera grabada con el nombre de Saint-Exúpery, ese hijo de la alta sociedad de Lyon. Muchos no quisieron creer que perteneciera al escritor y prefirieron pensar en la hipótesis del fraude. Unos años después, los restos de un avión encontrado casi en el mismo lugar que la joya de plata demostró una coincidencia con la nave que pilotaba Saint-Exúpery. Pero hay quien se resiste todavía a aceptar este final.

Saint-Exúpery, explorador de abismos, se perdió en el mar cuando ya tenía 43 años y estaba a punto de dejar de volar. Horst Rippert, un piloto alemán, lo reclamó como presa en 2008, con una frase demoledora: "Pueden dejar de buscar. Fui yo quien abatió a Saint-Exúpery". A pesar de que su versión no puede ser comprobada, Rippert añade otro detalle desesperante:
"Fue después cuando supe que se trataba del escritor. Yo esperaba que no fuera él, porque en nuestra juventud todos habíamos leído sus libros y los adorábamos". No quisiera tener que apoyar la cabeza en la almohada de Rippert, soñar una y otra vez en una serpiente que muerde y hace un poco de daño, que te derrumba hasta que te mueres poco a poco. Como una estrella que se apaga y ya no podemos ver.

¿A qué tumba de algas y limo fue a parar este soldado desconocido? Quisiera pensar que escapó a una muerte segura, imaginarlo amnésico y feliz en algún hospital para veteranos de guerra en la Costa Azul, contando fantásticas historias a las enfermeras que se turnan en las guardias para escucharle, recordado por el mundo pero olvidado de sí mismo, una especie de Paciente Inglés sin Juliette Binoche y con final feliz, rodando una silla para ver cientos de puestas de sol, añorando un lugar lejano, sin saber dónde ni por qué. Un final abierto entre lo posible y lo imposible. Porque lo esencial es invisible a los ojos. Porque todos necesitamos ser domesticados.

Tuesday, June 02, 2009

La nueva ola

La rubia es de Richard Baron

El tendencionismo de Barcelona se ve amenazado por la llegada de los primeros calores. Miles de intensos, culturetas y modernillos de todas las edades se lanzan a las calles semidesnudos, afluyendo masivamente a la Barceloneta y sus alrededores para ir en busca del color de la temporada. Se vacían las galerías y se llenan los chiringuitos. Se lee menos Platón y más Código Da Vinci. Se piensa más en el apareamiento y menos en el videoarte o la utilidad de la literatura. Se piensa menos, vamos. Se actúa más. Se va uno al Primavera Sound un solo día, el sábado, porque la crisis. Se codea uno con los guiris, que en verano molestan menos. ¿Se va uno a ver el Loop? No se sabe. Todo es confuso. Soy, por eso peligro ¡Todo me empuja! La vida transcurre en una terraza. La vida es una tómbola. La felicidad sabe a tomate cherry. El bocata sabe a crema solar. Se pasa la vida de cena en chupito, de chupito en barbacoa, de barbacoa en resaca. ¿Por qué éramos tan felices y no lo sabíamos? Se piensa en el invierno, que llega aunque no quieras. Pero de pensar, como ya he dicho, poco. El plan es que no hay plan. El programa es la deriva. O las noches del Macba. O el Cinema a la Fresca. Nadie lo sabe. Todo está en oferta. La calle es una y está abierta.