Tuesday, May 26, 2009

Lúcida

El insomnio tiene momentos así:

"la matière première de la littérature n'est pas l'innommable, mais bien au contraire le nommé; ceint qui veut écrire doit savoir qu'il commence un long concubinage avec un langage qui est toujours antérieur. L'écrivain n'a donc nullement à « arracher » un verbe au silence, comme il est dit dans de pieuses hagiographies littéraires, mais à l'inverse, et combien plus difficilement, plus cruellement et moins glorieusement, à détacher une parole seconde de l'engluement des paroles premières que lui fournissent le monde, l'histoire, son existence, bref un intelligible qui lui préexiste, car il vient dans un monde plein de langage, et il n'est aucun réel qui ne soit déjà classé par les hommes : naître n'est rien d'autre que trouver ce code tout fait et devoir s'en accommoder. On entend souvent dire que l'art a pour charge «/'exprimer l'inexprimable : c'est le contraire qu'il faut dire (sans nulle intention de paradoxe) : toute la tâche de l'art est inexprimer l'exprimable, d'enlever à la langue du monde, qui est la pauvre et puissante langue des passions, une parole autre, une parole exacte".

Roland Barthes. Essais critiques.

La tradu al inglés:

"The primary substance of literature is not the unnamable, but on the contrary the named; the man who wants to write must know that he is beginning a long concubinage with a language that is always previous. The writer does not 'wrest' speech from silence, as we are told in pious literary hagiographies, but inversely, and how much more arduously, more cruelly and less gloriously, detaches a secondary language from the slime of primary languages afforded him by the world, history, his existence, in short by an intelligiblity which preexists him, for he comes into a world full of language, and there is no reality not already classified by men: to be born is nothing but to find this code ready-made and to be obliged to accomodate oneself to it. We often hear it said that it is the task of art to express the inexpressible; it is the contrary which must be said ...: the whole task of art is to unexpress the expressible, to kidnap from the world's languages, which is the poor and powerful language of the passions, another speech, an exact speech".

Saturday, May 23, 2009

Boarding pass: novedades editoriales

Los situacionistas en París, 1961


Después de muchos desencuentros con el Señor Correos, finalmente llegaron los libros que pedí para Sant Jordi. Estoy en una especie de Disneyland para nerds.

Compré dos libros de Barthes: La aventura semiológica, que recoge los seminarios que dictó en los 70 a sus alumnos en París -precisamente cuando elaboró la médula de su teoría del lenguaje- y El susurro del lenguaje: más allá de la palabra y la escritura, que le regalé a Erick arrepintiéndome de mi generosidad en el mismo momento en el que abrí la caja de cartón. Apunto por ahí: compartir es morir un poco.

El tercero, que viene con fanfarria, es un libro que llevo cazando desde hace unos cinco años. En Venezuela nunca lo encontré, y cuando llegué aquí lo olvidé para recordarlo a ratos. Leyendo cosas por aquí y por allá vinieron a mi cabeza de nuevo aquellos personajes tan simpáticos de la Internacional Situacionista, y todos los textos que estudié para una lejana edición que hicimos en plátanoverde sobre la ciudad imaginada. Muchas veces es crucial no sólo el nuevo conocimiento que obtenemos, sino el que recuperamos. El re-conocimiento. Los situacionistas me vienen de lujo para interpretar y jugar con lo que pasa cada día en esta Barcelona animada. Así que cuando tuve en mis manos el archivo completo de la Internacional la cosa me conmovió, sinceramente.

Ahora lo que me queda es tomármelo en serio y apurar mis muy atrasadas lecturas actuales. Eso y comenzar a escribir un texto que me ha pedido Jesús Ernesto Parra para el blog de 2021. Susto. Seguiremos informando.

Tuesday, May 19, 2009

Nobody's listening. Nobody's watching. Nobody's reading.



Este fin de semana pintaba de subidón.
Aghi llegaba -finalmente- de Venezuela y nuestro propósito más inmediato era patear Barcelona para que ella conociera ese evento tan modernillo y tendencioso que es La Noche de los Museos. El asunto es que todas mis expectativas se trastocaron por una gripe que subía poco a poco los decibeles, de estornudo a tos, de tos a dolor de garganta. Total que me pasé medio fin de semana en el sofá, dando aullidos lastimeros de perrito, arropada hasta el cuello con una manta de TAP Airlines y con los dientes haciendo claqueti-clac.

Si cuento esto no es para que me pasen la manito y me digan pobrecita, sino porque aproveché la peste para ver un par de pelis que había visto hace mucho y que valía la pena recuperar. La primera, premeditadamente, fue Dead Man, de Jim Jarmusch (1995). A la segunda le dedicaré otro espacio aparte.

Dead Man es un western onírico filmado en blanco y negro, en el que encontramos a un Johnny Depp que, como un desgarbado Capitán Willard se interna en el corazón de las tinieblas, con sus últimos ahorros, dejando atrás a sus padres muertos y a una novia desdeñosa, con una carta de trabajo en la mano firmada por un tal Dickinson. Su destino está al final de una línea de tren, en un pueblo que tiene el tino de llamarse Machine. Al llegar no sólo encuentra que su puesto de trabajo lo ha tomado otro, sino que Dickinson, el Coronel Kurtz local, le amenaza con matarle si insiste en sus propósitos. William Blake -que así se llama nuestro personaje- se va cabizbajo, con una maleta en mano, a deambular por la sordidez de las calles de Machine.

Pero quiere el destino que nuestro infortunado protagonista se enrede en un juego superior a su propia pequeñez. Se lía con una prostituta y accidentalmente mata al hijo de Dickinson. Herido de bala, roba un caballo y se interna en el bosque. Es hombre muerto.

Una peregrinación muy lisérgica continua, alimentada por la persecución continua de tres asesinos que han sido contratados para matarle. Su guía espiritual por el camino de la redención es un indio llamado Nobody que es una especie de voz-fantasma. El ilustrado Nobody, educado con los clásicos en Inglaterra, confunde a este Blake con William Blake, el poeta, uno de los mayores genios artísticos que -dicen- ha dado Inglaterra.

Yo la verdad sabía poco o nada de William Blake, pero disfruté mucho viendo cómo en el escenario inesperado de un Western se juntaba esa atmósfera tan de sueño, tan de la imaginación libre, tan de John Keats o Lord Byron. Escuchar lo que luego supe eran los Proverbios del Infierno de la boca de un rechoncho indio americano que comía peyote y lo definía como food of great spirit fue, cuando menos, reconfortante. No podría decir por qué.

En su descenso a los infiernos, este hombre que aún no sabe que ha muerto decide hacerse con la poesía del otro, pero la convierte en otra clase de actividad creadora: el acto de la muerte. Are you William Blake? Yes I am. Do you know my poetry?, pregunta antes de llenar de poesía y plomo al que quería cobrar su recompensa. Le queda poco. Blake comprende el valor del intercambio, del trueque y la transformación antes de terminar su vida plácidamente, mientras ve morir a su perseguidor y al iniciático Nobody, en una canoa suspendida en una especie de Mystic River que, eventualmente, lo llevará al mar.

Para darle el toque final a esto, los Proverbios del Infierno de Blake. Seguro que en boca de Nobody se veían mejor que aquí en Times New Roman, pero hacen un fantástico final. My lonely friend, the end.

Proverbios del infierno

En tiempos de siembra aprende, en tiempos de cosecha enseña
y en el invierno goza.

Conduce tu carro y tu arado sobre los huesos de los muertos.

La senda del exceso lleva al palacio de la sabiduría.

La prudencia es una fea y rica solterona cortejada por la incapacidad.

Quien desea y no actúa engendra la plaga.

El gusano perdona al arado que lo corta.

Sumergid en el río a quien ama el agua.

El necio no ve el mismo árbol que ve el sabio.

Aquel cuyo rostro no irradia luz nunca será estrella.

La eternidad está enamorada de las creaciones del tiempo.

A la atareada abeja no le queda tiempo para la pena.

Las horas de la locura las mide el reloj,
pero ningún reloj puede medir las horas de la sabiduría.

Ningún alimento sano se atrapa con red ni trampa.

En años de escasez, usa número, peso y medida.

No hay pájaro que vuele demasiado alto si lo hace con sus propias alas.

Un cuerpo muerto no venga injurias.

El acto más sublime consiste en poner a otro delante de ti.

Si el necio persistiera en sus necedades llegaría a sabio.

La necedad es el atuendo de la bellaquería, la vergüenza es
el atuendo del orgullo.

Las prisiones se construyen con piedras de Ley; los burdeles
con ladrillos de religión.

La altivez del pavo real es la gloria de Dios.

La lujuria del chivo es la liberalidad de Dios.

La ira del león es la sabiduría de Dios.

La desnudez de la mujer es obra de Dios.

El exceso de pena ríe; el exceso de dicha llora.

El rugir de los leones, el aullido de los lobos, el oleaje furioso del mar huracanado
y la espada destructora, son porciones de la eternidad demasiado grandes
para que las aprecie el ojo humano.

El zorro condena a la trampa, no a sí mismo.

El júbilo impregna; las penas engendran.

Dejad que el hombre vista la melena del león y la mujer el vellón de la oveja.

El ave un nido, la araña una tela, el hombre la amistad.

El egoísta y sonriente necio y el necio que frunce malhumorado el ceño han de considerarse sabios, y podrían ser medidos con la misma vara.

Lo que hoy está probado, en su momento era sólo algo imaginado.

La rata, el ratón, el zorro y el conejo vigilan las raíces; el león, el tigre, el caballo
y el elefante vigilan los frutos.

La cisterna contiene; el manantial rebosa.

Un pensamiento llena la inmensidad.

Si estás siempre listo a expresar tu opinión, el vil te evitará.

Todo lo que es creíble, es una imagen de la verdad.

Nunca el águila malgastó tanto su tiempo como cuando se propuso aprender del cuervo.

El zorro se provee a si mismo; pero Dios provee al león.

Piensa por la mañana, actúa a mediodía, come al anochecer y duerme por la noche.

Quien ha sufrido tus imposiciones, te conoce.

Así como el arado sigue a las palabras, Dios recompensa las plegarias.

Los tigres de la ira son más razonables que los caballos de la instrucción.

Del agua estancada espera veneno.

Nunca sabrás lo que es suficiente a menos que sepas lo que es más que suficiente.

¡Escucha los reproches de los tontos! ¡Forman un título real!

Los ojos del fuego, las narices del aire, la boca del agua las barbas de la tierra.

El débil en coraje es fuerte en astucia.

El manzano nunca pregunta al haya cómo ha de crecer, tal como el león no
interroga al caballo sobre cómo atrapar la presa.

Quien recibe agradecido da copiosas cosechas.

Si otros no hubiesen sido tontos, lo seríamos nosotros.

El alma rebosante de dulce deleite jamás será profanada.

Cuando ves un águila, ves una porción de Genio: ¡Alza la cabeza!

Tal como la oruga elige las hojas mejores para depositar en ellas sus huevos,
el sacerdote lanza sus imprecaciones para los más dulces goces.

Crear una florecilla es labor de siglos.

La condena estimula, la bendición relaja.

El mejor vino es el más añejo; la mejor agua, la más nueva.

¡Las plegarias no aran! ¡Los elogios no cosechan!

Las alegrías no ríen. Las tristezas no lloran.

La cabeza lo Sublime; el corazón, lo patético; los genitales, la Belleza;
manos y pies la Proporción.

Como el aire al pájaro o el agua al pez, así es el desprecio para el despreciable.

El cuervo quisiera que todo fuese negro; el búho, que todo fuese blanco.

La exuberancia es belleza.

Si el león recibiese consejos del zorro, sería astuto.

El perfeccionamiento traza caminos rectos; pero los torcidos y sin perfeccionar son los caminos del Genio.

Mejor matar a un niño en su cuna que alimentar deseos que no se llevan a la práctica.

Donde no está el hombre, la naturaleza es estéril.

La verdad nunca puede decirse de modo que sea comprendida sin ser creída.

¡Suficiente! o demasiado.

Wednesday, May 13, 2009

Urgente Necesidad de Socorro




Quienes lo conocen saben que todas las desgracias humanas son culpa de Jesús Ernesto Parra. Por eso no pude dejar de sentir horror cuando me encargó que escribiera sobre Corín Tellado, la reina indiscutible del folletín rosa, que murió hace poco más de un mes.

Este texto forma parte de La Vida en Rosa, un homenaje en tres actos que le dedica 2021 Pura Ficción, el blog que regenta el antes mencionado personaje, a la memoria de Corín. La empresa no se hace responsable.

1 “Recibí un mail de ruptura y no supe qué responder"
, cuenta Sophie Calle, artista plástica, escritora y demás. Al final del mensaje y después de una fría disertación, el ahora ex amante se despedía de ella con una recomendación transparente y terrorífica: Prenez soin de vous. O lo que es lo mismo, Cuídese. Dice la misma Calle que esa frase la dejó muda, que se sintió como si esa carta y esas palabras no le estuviesen destinadas. Pero no tiró platos ni se bajó canciones de La Lupe ni de Jorge Negrete, qué va -que para eso una es artista conceptual, fotógrafa y moderna- pero sí hizo lo que muchas de nosotras haríamos: llamó a las amigas. Y por eso, en un intento de exprimir el texto, de diseccionarlo, de extraer el significado concentrado en esas palabras, le pidió a 107 mujeres que cogieran la frase, que la pintaran, la jugaran, la vivieran, que la bailaran. El resultado de ese experimento se llama, precisamente, Prenez soin de vous, ha recorrido galerías y museos en formato instalación y ahora también puede consultarse en la calidez del hogar, al resguardo de miradas indiscretas, en formato libro. 82 euros en su librería más cercana.

2 “Alguien tenía que hacer las historias de amor”, dijo alguna vez Corín Tellado, en una declaración recogida por la nota necrológica que le dedicó hace un mes El País. Exilada por los escritores serios, leída por miles y miles, epítome de una producción de novelas-como-churros que cuando menos da envidia, Corín es la autora más leída en castellano después de Cervantes según la UNESCO, la verdad es que la vida de esta señora tiene mucho de gris y poco de folletín. Sus novelas, lectura obligada de peluquerías y demás cotos femeninos y mujeriles, sea en formato libro o a través del Tupperware Vanidades, ilustraron las fantasías animadas de más de una generación. Mis dos abuelas, mujeres distintísimas y con experiencias vitales casi opuestas, no se perdían ni una de sus historias. Yo, la verdad, las leí poco. Las encontraba demasiado sugerentes y poco pornográficas, quizá porque soy hija de la tele y de la era de lo instantáneo. Lo cierto es que Corín, toreando la censura, aprendió a encender las mentes de las amas de casa sin decir jamás bragas, sujetador o calzoncillos. Todo un arte a punta de batines de seda, pero prescindiendo de los parajes exóticos, de las islas del Caribe o del Lejano Oriente. Sus personajes comen y viven en el día a día que nos toca a todos, no son odaliscas sino secretarias, sus aventuras no tienen que ver con envenenamientos o intrigas, sino con hombres casados o amantes que titilan.

María del Socorro Tellado López empezó a escribir así, un día, como quien no quiere la cosa, por puro pique con un hermano que había escrito una novela. A los 19 años publicó su primera obra, que con o sin ironía tituló Atrevida Apuesta, y que representó el principio de una larga carrera contra el tiempo, de lo que quizá sea un intento de dar un poco de significado a un mundo donde “la ley la han hecho los hombres”, como comentaba en una entrevista. No sé si podemos decir que Corín fue lo que llamaríamos una feminista en toda regla, pero sí que sus heroínas lograron conducir, divorciarse y abortar antes que sus colegas de la vida real. Nada mal para una admiradora del Opus Dei.

3 “No es que lo cursi sea malo, es que la gente le tiene miedo”, le confió cándidamente a Boris Izaguirre, el culebrero criollo por excelencia, en una entrevista de radio. Un miedo que, definitivamente, Corín no compartió. Lo cierto es que esta militante de lo femenino, del mundo secreto de las hormonas y de lo que genéricamente podemos llamar cursi se enlazó antes de cumplir la veintena en una batalla secreta contra el tiempo de la que sólo se libró cuando le cayó la muerte encima, poco antes de cumplir los 82 años, y que no interrumpió ni siquiera cuando se vio obligada a hacerse sesiones de diálisis varias veces a la semana, ni cuando se iba a de vacaciones. “Dejaré de escribir cuando me caiga la cabeza sobre la máquina. Yo no me rindo”. Pero, ¿Rendirse ante qué? ¿Ante las circunstancias? ¿Frente a la idea de la imposibilidad del amor?

A mí se me da muy mal la ficción, será porque tengo el mal hábito de creer en la realidad. Quizá a Corín Tellado le pasó exactamente lo contrario: perdió la costumbre de creer en una realidad, la suya, de mujer mal casada sin amor, con dos hijos, en una ciudad de provincias. Pero finalmente, Corín fue la amiga secreta de muchas mujeres que, como mis abuelas, no tenían a nadie con quien hablar de sus fantasías más íntimas y secretas, se convirtió en un vehículo de lo incomunicable, en un traductor de ese modelo caduco que todas, hasta hoy, asimilamos desde que nos ponen una muñeca en los brazos y nos hacen jugar a la mamá, cochecito en mano. En una época en la que cada quien se hacía cargo de sus propios líos porque, como me dijo una vez mi abuela, eso de ir al psicólogo y echarle la culpa de todo a los padres es ridiculez y facilismo, Socorro creó una fauna de hombres buenos de papel que llevan flores, que se hacen cargo de sus actos y que siempre, siempre, siempre proponen matrimonio. Ante el desengaño amoroso, Corín construye una cerca para mantener fuera a los demonios: Si no le han cuidado, no se preocupe, que ya yo me ocuparé. Fin de la historia.

4 “He sacrificado mi vida a la literatura. Me hice daño a mí misma”. En su frenético conteo de historias y tramas, Corín Tellado se olvidó de cuidarse de sí misma. Parece trágico, parece ridículo, pero el amor, y más aún, las cartas de amor, siempre lo son, ya lo dice Vila-Matas citando a Pessoa. Precisamente dice el catalán al escribir sobre la obra de Calle, “el amor (…) no tiene por qué ser necesariamente un asunto personal”.

Corín Tellado lo convirtió, efectivamente, en un espacio de todos. Sus novelas fueron algo así como un manual de uso para corazones rotos, en un Love for dummies. Ya cantaba George Brassens que no hay amor feliz, y ante ese bicho, ante ese trasto, lo que le quedó a Corín es socorrernos, preservarnos en un estado de semiinocencia edénica, para que no tuviéramos que pasar por el estupor de Sophie Calle, para que el mundo de las relaciones de pareja fuese más fácil, más digerible, como una sopita.

Sophie Calle pudo hacer en público lo que Corín hizo en privado, escribiendo historias calentonas con una manta sobre las piernas y tomando chocolate. Pudo pedirle a 107 amigas que comprendieran por ella, que le explicaran. Hacer su miseria pública, contrastarla con la realidad. Tomarse el tiempo de romper, de comprender. Cuidarse a sí misma, vamos.

A estas alturas, quizá sea muy tarde, pero esta carta termina igual, sin crueldad de por medio, sin que tanta cosa irrenunciable haya sucedido:
Cuídese, Corín, donde quiera que esté. Las historias –las de amor– le absolverán.